Extractos comunes

Kraut Amateur I
14 min readSep 9, 2018
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I.

Decíale con sus delgados labios que el deseo sano sólo se manifestaba en el corazón, en la mente, y se manifestaba con palabras o al menos eso era de lo que se quería convencer. Sonreía toda vez que le besaba y en alguna conversación perdida comentó que era imposible no ceder ante el nerviosismo. -¿nerviosismo de qué?- Él le preguntaba. Ella resistía los besos sólo para que le fueran robados y se dejaba forzar fácilmente como un simple trámite de acciones, justo como lo haría la víctima que ya ha decidido aceptar el acto de su victimario, su destino: Destino manifiesto, la mejor razón para no hacerse responsable de lo que uno está viviendo y aun así vivirlo, así aunque existan actores, el juez no encuentra culpables, sólo víctimas. Desde hace tiempo ella continuaba dedicando tiempo a sus actividades, incluso a las demandantes del corazón y la costumbre y poco menos a las de la razón, pero eso era conveniente porque entonces todo lo demás se convertía en un plus, un extra, un beneficio de la casualidad en complicidad con el citado y bienvenido destino. Ella podía ser sincera y aunque no lo fuera del todo con todos, lo era consigo misma, y dado que eso contrastaba con el modus vivendi general, generaba escozor en el interior. Pero ella sabía lo que quería aún sin reconocerle un nombre.

Él sabía que todo había sido casualidad, que todo siempre es casualidad y también continuaba reaprendiendo que las casualidades no son justas ni injustas, no tienen partido, no son conscientes, no tienen tintes, son pálidas, son rápidas; y por lo tanto son libres, y él quería ser libre. Hay cosas que simplemente deben de ser hechas y estas mismas son aquellas que si se analizan de más, jamás se hacen, a menos que exista una coincidencia, que dos entes vivan la misma casualidad y entonces si hace falta un poco de ímpetu, uno de ellos proporciona el empuje necesario. Sí, de eso estaba seguro, o al menos eso era de lo que se quería convencer. La miraba constantemente, observaba esas ventanillas abiertas a su espacio, a ese espacio cerrado que es la mente, le fascinaba el concepto: cada uno de nosotros un verdadero ser encerrado en una coraza, a veces muy suave y delicada como la de ella, pero encerrada al final; y los únicos accesos son en su mayoría los sentidos, y de aquellos sus favoritos: el gusto, sus labios y la voz; la vista, la mirada; el tacto, el cual -para él- no se encontraba recluido sólo en la piel de sus manos, sino también en el cuello, detrás del oído, en la cintura, en sus pechos, en su sexo; eso no podía ser más claro, el fin era conectarse con la mente encerrada en la prisión común de carne y hueso. Él sabía lo que quería pero no quería delimitarlo con el lenguaje -o no podía-.

II.

Después de su gran viaje al viejo mundo, regresó. Ella caminaba por calles sucias, húmedas, encharcadas y riesgosas, mientras su mente sólo se perdía entre pensamientos comparativos entre ambas realidades. ¿Cuál era la otra? Aquella en la cual también caminó por una calle húmeda, encharcada, pero donde la tranquila y nada burbujeante superficie líquida reflejaba las copas de árboles frondosos, o las nubes, o a ella misma; todas sin que el reflejo se perdiese en el propio lodo de nuestra realidad, la primera. Ella también había buscado un teléfono y se llevó desilusión tras desilusión al encontrar sólo cables trozados, palabras soeces escritas con bic blanco o plumón viejo de aceite, óxido y suciedad por el descuido; no obstante era entendible. ¿Quién en esos tiempos utilizaba esos aparatos públicos? Al fin, había podido comunicarse con sus seres queridos quienes la esperaban con cariño, calidez y emoción, quizá menos de la que esperaba, quizá más de la que podían expresar por la preocupación ocasionada por la corta desaparición, al menos eso permaneció igual, aunque quizá todo también lo había hecho.

Él había estado caminando desorientado por pasillos limpios, blancos, perfectamente estructurados –o al menos así los percibía él-, estaba conociendo un campus, un simple campus universitario donde caminaban muchas más personas sin notar ni celebrar la existencia de tantos detalles perfectamente ordenados y al notarlo él había fingido indiferencia. Después salió y se dirigió a la colina que coronaba el lado noroeste del campus, un lugar alejado, mucho más acorde a su deseo de aislamiento, este le presentaba un camino tortuoso rodeado de árboles otoñales, ardillas curiosas y algunos grills de madera que en ese momento estaban solos pero sin duda se llenarían el viernes, o el sábado, o el domingo… Él caminó hacia el lugar con sombra y polvo, se quitó sus siempre fieles audífonos y descubrió la música tranquila del viento y el bosque, observó enfrente y mientras veía botes clasificados de desechos pensó: yo no pertenezco a este lugar. Y no buscó llamar a nadie, y no pensó en nadie más que en sí, y se quedó sentado hasta que olvidó en lo que pensaba, hasta que hizo frio, y regresó al campus.

III.

Se encontraba en un estado completo de nervios, no tenía ni idea de lo que la gente alrededor decía, aun cuando éstas le miraban a los ojos mientras se comunicaban con un idioma que supuestamente había estado estudiando en su tierra natal, donde había parecido tener buenos resultados, donde había sentido que iba por buen camino; sólo asentía y sonreía nerviosa e ingenuamente, no tenía ni idea y decidió simplemente esperar hasta la próxima reunión con alguien que podría salvarle de esa ansiedad –ansiedad que no iba a aceptar pero que se manifestaba en los tropiezos y en la humedad de sus delgadas manos-. Un tal jausmaista le había dicho –según lo convenido- que esperara. Una vez sola y decidida a ordenar sus ideas, yacía sentada en su propia maleta frente a una puerta sin llave, la puerta de su nuevo hogar. El tiempo corría y en algún momento comenzó a observar alrededor; en esencia era lo mismo, había puertas, había escaleras, quizá elevador, buena iluminación, aunque todo parecía tener un toque más, más… más agradable, aunque extraño. El aire también era fresco y sintió como regresaba la confianza: todo iba a salir bien, siempre termina solucionándose aun cuando uno no conoce su propia estrategia, al término de la temporada dedicada en ese lugar todo rendiría frutos, valdría la pena. Las conclusiones no eran tan firmes como hubiera esperado, había un fin pero el camino no era claro, sin embargo, antes de que comenzara a divagar en lo poco que conocía su mundo notó la hora y supo que el encuentro se acercaba, y entre tropiezos fue al punto de encuentro. La prisa se mezclaba entonces con algunos momentos contemplativos al mundo externo aquél que había estado esperando fuera del edificio, había sol, era agradable, había árboles y ambiente limpio, era diferente e inconscientemente todo se iba grabando en su memoria. Entonces, lo conoció y no sabía que después le gustaría y le despertaría el interés de estar con él, se materializara o no, esa consecuencia en ninguna circunstancia tenía por qué haber sido extraña: fue su calma, su arrogancia, su seguridad y pizca de indiferencia hacia ese mismo lugar, su cultura e inherentes dificultades que ya tantas preocupaciones le había provocado a ella en tan pocas horas; su actitud, su diferencia con ella, su conocimiento basado en experiencia, sus comentarios más directos –o al menos así percibidos al contrastar con el mar de dudas y preocupaciones que se manifestaban con frases largas y enredadas que de ella emanaban-, simplemente él era para ese momento distinto. Entonces, comieron juntos.

“En un momento vas a ver

Que ya es la hora de volver

Pero trayendo a casa todo aquel fulgor

¿Y para quién?

Las almas repudian todo encierro

Las cruces dejaron de llover

— — — -

Sube al taxi nena, los hombres te miran, te quieren tomar

Ojo el ramo nena, las flores se caen, tenés que parar”

… Se repetía en la mente casi con el mismo tono del Flaco Spinneta, con la misma tonadita que le recordaba cuando un camarada argentino se la recomendó mientras hacía uno de sus viajes de mochila en las tierras de Florencia, aquél lugar de calles poco anchas, empredradas, con puentes llenos de gente, con mujeres hermosas, con jóvenes animosos, con plazuelas rodeadas de estatuas y edificaciones naranjas. Sí, eso se repetía en la mente y no podía concentrarse en su clase: -¡Prof! Ya no entiendo ¿Por qué a veces escribe dem o den y no se supone que ese otro era die? ¿No sólo eran tres? — Y él sólo pensaba en cómo decirles que simplemente no lo preguntaran; apenas era el Einführungskurs. –Miren, ese es el pan de cada día del alemán, por eso dicen que es difícil y ¿saben qué? Lo es, pero ahorita no se preocupen por ello — pensó un momento, y recordó lo tanto que había odiado que los profesores le negaran conocimiento — Bueno, miren, es que esos son artículos en dativo… — Y continuó dando su clase improvisada casi como siempre a los mismos cuatro o cinco alumnos, de los cuales tres eran jovencitas de la escuela de a lado, muy atractivas pero impensables desde el punto moral del buen profesor; así que evitaba así cualquier comentario que pudiera malinterpretarse y eludía cualquier oportunidad de insinuar algún encuentro furtivo posterior a clases, de cualquier forma sus nervios se lo impedirían, así que resignado continuó su clase, cuando de pronto recordó que esa tarde se encontraría con una posible alumna nueva en la entrada no oficial de la escuela –unos descuidados caminos que iban de estacionamiento a estacionamiento entre las dos unidades, con un portón blanco que se encontraba abierto siempre de 9am a 7pm-. La jovencita le había pedido que fuera por ella hasta la cafetería de la contigua unidad, y él, naturalmente, no aceptó pues era impráctico para él, tenía otra clase y su proyecto final estaba muy atrasado –mucho por su reciente falta de productividad en la escuela y a su alta productividad en los cursos-. Había entonces negociado para el encuentro el portón oxidado entre las dos unidades, el mismo que se encontraba al final del camino polvoso y la yerba amarilla y seca, clásica de los lotes baldíos. Terminó entonces su clase y en el camino pensaba en el bosquecillo, en el lago congelado de invierno en el campus en el que no más de tres meses antes aún había estado; a lo lejos, una mujercita con ropas coloridas, bolso y accesorios cruzaba como con desprecio el sucio portón y mientras telefoneaba a alguien, le saludó fugazmente con la mirada, por lo que él se dispuso a caminar en silencio a modo de guía hasta llegar al salón de clases: su actitud, pésima, tan desinteresada y superflua le hicieron poco apetecible para sus gustos. No, definitivamente ella no iba a recibir ninguna insinuación silenciosa de parte de él, se aseguraba.

Ella asistió a sólo dos clases pero durante toda esa temporada siguió atravesando el portón oxidado para llegar al final de las mismas.

IV.

Encontrábanse totalmente desnudos, ella pretendía estar dormida, mientras él fingía que no lo notaba. El lugar no era malo, un hotel cerca de la casa de uno de ellos, las sirenas de la mediana ciudad sonaron a lo lejos por unos segundos pero fueron silenciadas por el tren que, aún más lejos, se hacía presente con estruendo. Decidió simplemente levantarse, no hacía frío, o quizá no lo notaba; caminó firme y desnudo hacia la única ventana que había y abrió un poco la persiana para vislumbrar algo que no sabía de cualquier forma qué podía ser. Él esperaba que le hablaran y le dijeran algo, pero no hubo palabras, así que simplemente se cansó de mirar y se dirigió al sanitario.

Ella haciendo revista de situaciones pasadas, pensaba en todos aquellos que en algún momento le declararon sus sentimientos, desde aquellos más inocentes hasta los más perversos y no podía diferenciar cuál de los dos extremos era mejor o menos peor; de igual forma a varios había rechazado en afán del gran amor; gran amor que en esa madrugada sabía no era el que la había llevado a ese departamento lujoso en medio de la gran ciudad. Ella, de pie frente al amplio ventanal, veía las luces de la ciudad y a los autos fluyendo al menos a veinte metros debajo de donde sus pies también desnudos tocaban la suave y cálida alfombra. Él dormido y ella dándose cuenta que no tenía nada qué fingir, pensó que hacía mucho que había dejado de creer en el Gran amor.

La mujer que fingía el sueño se movió buscando abrigo, era una afrodita del siglo 21, el deseo lo había llevado a comprometerse con ella y una vez que salió del sanitario, con la cara fresca y el espíritu tranquilo, decidió darle cobijo. Una vez cerca, ella dijo sonriendo: –Entonces, ¿ya estás listo otra vez? — Y comenzó a acariciarle el sexo, y él, avergonzado, no dijo nada por un momento. -Eres insaciable- finalmente susurró sin mirarla, y un instante después le tomaba fuertemente uno de sus pechos, a lo que ella sonrió finalmente con esa risa tan natural y manipuladora de siempre. Decidió someterla, la puso boca abajo e imaginó que era alguien más, no la seductora afrodita que se ensalsa en sus propias artes, no, pero estaba ahí, y él desquitó su molestia por estar esa noche con ella. Él sabía que esa mujer distaba mucho del recuerdo que buscaba cuando veía a través de la ventana, pues en esos momentos fugaces él deseaba que pasara extrañamente por la acera de enfrente, caminando, como si fuera posible, y entonces así salir y dejar a la ninfomaníaca con algún tipo de consolador automático, al final no notaría la diferencia. Pero no, no pasó, nunca pasaba y tampoco era tan malo.

Entonces ella se dirigió al cuerpo trabajado y fuerte pero durmiente y distante que yacía en su gran cama, sus pasos eran ligeros y al tratarse de una alfombra -alguien hubiera dicho que flotaba- se recostó y abrazó aquél cuerpo y comenzó a acariciarlo con firmeza, pero él no despertaba. Ella no desesperó, pues la mayoría de las veces era lo mismo, y siempre había sido así, siempre la dejaban deseosa de algo más y ese algo más no era el sometimiento del joven portugués que conoció en sus vacaciones pasadas, ni el joven romántico hasta el cansancio que le repetía durante toda la noche lo tanto que la amaba. No, no era eso; siempre había un espacio vacío y desconocido entre el placer dionisiaco efímero y el amor shakesperiano, siempre injustamente vistos como polos opuestos, siempre tan separados. Así pensó en ese momento, hasta que él despertó: -¿Aún no duermes? — No respondió y estrechó su cuerpo desnudo al de su acompañante, y como respondiendo a sus necesidades él tomó su cuerpo pero dejó su mente a un lado. Pero estaba bien, sabía lo que tenía, así había sido siempre.

Desayuno

-Entonces, ¿Me estás diciendo que te acordabas de mi cuando estabas con otras mujeres? ¡Vaya cerdo! -Exclamó de pronto y dejó caer algunas gotas de té verde cuando azotó la taza en su pequeño plato de porcelana. Ellos tomaban el desayuno esa mañana después de mucho tiempo sin verse.

-Si lo pones de esa manera, suena enfermo. — Respondió con una mueca sin apartar la mirada de la suya. Ella decidió callar con molestia pero con un orgullo más elevado que el de esa mañana. -Mira, yo sólo te estaba compartiendo cómo pasó todo, si te lo digo es porque creo que lo valorarás.

-¿Qué? Es que tú estás loco. Sinceramente creo que eres un cerdo orgulloso. — Dijo mientras reía y tomaba un sorbo de té.

-No es la primera vez que alguien me dice cerdo, ni orgulloso, pero si la primera en que me lo dicen junto. ¿Y sabes qué?

No respondía.

-Bueno, no me gusta cómo suena.- La batalla estaba perdida nuevamente. Pensaba él y en medida que se convencía de ello, se sentía más tranquilo. -Bueno, ¿y tú te acordabas de mí?

-¡Claro!

-Me refiero a cuando estuviste con otros hombres.

-Si esperas que te diga que sí, de la misma forma que lo hiciste tú, lamento informarte que no.

Él sonrió.

-¿Qué? ¿No me crees?

-Sí, claro que te creo, digo, has tenido infinidad de hombres como para que te concentres en uno solo.

Ella hizo su tercera cara de disgusto y desaprobación.

-Lo curioso de esto es que el hombre también tiene muchas mujeres, cuando puede claro, pero se puede concentrar en una en específico. Es una pena que no siempre sea en la que tienes enfrente. Y, antes de que desprecies mi comentario, déjame te digo que eso también es un peso para uno. Las mujeres, en cambio, piensan en demasiadas cosas, y si hacemos una analogía, podrían pensar en varios hombres a la vez. — En ese momento se encontraba ligeramente más serio y concentrado.

-¡Ja ja ja!- interrumpió ella, menospreciando el comentario. Ni siquiera ella estaba clara en esos términos, y cuando trataba de recordar su última noche con su pareja, se dio cuenta que no podía y que pensaba irremediablemente en la última vez que estuvo con aquél que le decía esto. Y se preguntó también si él había estado pensando en ella en un pasado no tan lejano.

-Prosigue, igual me interesa tu forma de verlo.

-Como decía, las mujeres son malas y nosotros unas pobres víctimas.- Finalizó con una orgullosa inocencia mientras tomaba un sorbo de su café.

-¿¡Qué!? ¿Esa es la conclusión? Por favor.

El comenzó a reírse, sabía que eso le causaba más gracia a ella que a él mismo, pero realmente detestaba ese tema, siempre era llegar a la misma mala y poco convincente conclusión.

-Creí que dirías algo más.

-¿Algo como qué?

-No sé, algo como que los hombres utilizan esa característica para enamorar mujeres diciéndoles que sólo piensan en ella, convenciéndolas y aprovechándose de ellas llevándoselas a la cama, y que es realmente lo único en lo que piensan.

-Eso, probablemente sea lo que quieres pensar y ¿sabes qué?, es cierto pero parcialmente. Pero no es tan duro como tú crees.

-Continua. — Aquí ella tenía un interés genuino pero disimulado.

-Pues, recuerdas que el hombre puede elegir sus pensamientos ¿cierto?

-Sí, bueno, nosotras también podemos. — Respondió segura e indiferente.

-Espera, permíteme finalizar. Si, entonces, sabemos cuándo utilizar ese deseo como motivante y cuando lo es otro, entonces controlamos libremente el pensamiento firme que dinamitará en cualquier caso a algo que valga la pena, ese es el fin, que lo valga: the driving passion.

-¿Ajá, sabes? Lo peor de todo es que casi te creo.- Esperó un momento antes de continuar. -En cierta situación me puse a pensar en lo importante que era para nosotras el sexo, realmente cambia todo cuando nos enteramos que alguien sólo nos buscó por sexo, no es la gran cosa, pero tan importante es que saber eso desde el principio podría destruir toda posibilidad de una relación formal. Para ustedes no es tan complicado, creo, aunque si piensan siempre en sexo.

-No siempre — él interrumpió, y volvió a tomar café; estaba deseoso de cambiar a un tema que no cayera en monotonía, así pues buscaba humedecerse los labios para introducir uno nuevo.

Ella continuó, decidida.

-Está bien, aunque casi siempre piensen en sexo, están todavía más acostumbrados al menos a desearlo y no conseguirlo, así que a veces les da igual y eso no los detiene a finalizar algo pasajero o comenzar algo formal, aunque es claro que ustedes nunca quieren algo formal.

-Espera, me estás dando la vuelta. — y se mostró reacio.

-Solo diré que aunque nosotras no sabemos lo que queremos, ustedes nunca saben tomar lo que quieren.

Ambos rieron y se quedaron mudos unos largos segundos.

El comentario le ocasionó un paseo fugaz en sus recuerdos donde encontró varias caras sonrientes y deseos inertes.

Ella sólo se preguntó en qué pensaba él.

El día no iniciaba mal, el antiguamente colorido barrio no estaba mal y el desayuno, aunque no había sido el mejor, estaba sentando bien.

Después, él pidió la cuenta y se retiraron juntos.

2017

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